Eran dioses. Durante todo el tiempo que estuvieron entre nosotros, nos dieron pruebas de ello: volaban como pájaros, flotaban en el aire como peces, dominaban la luz, movían montañas como si fuesen granos de arena.
Al principio tuvimos miedo, pero
este ya se había transformado en profundo respeto el día en que se fueron.
Sus huellas siguen aquí,
imperecederas, junto a las que se quedó uno de ellos, no sabemos con qué
propósito.
Un dios al que hemos matado hoy, incapaces de soportar
por más tiempo el constante desprecio que mostraba por los presentes que le
hacíamos, el que no hiciera como le pedíamos algún milagro con nuestros muertos
o se mostrase distante e impasible con las enfermedades que sufrían nuestros
hijos.
Nuestra lanza ha atravesado su
cabeza limpiamente, como nunca lo hubiésemos creído; y desde ese momento
miramos el cielo, registramos la posición de las estrellas y el modo en que se
mueven, con el temor inconfesable de que vuelvan como se fueron, de que nos
castiguen.
(publicado
en la revista
digital miNatura nº 149, tema propuesto: “Paleocontacto”)
El miedo como justificación de toda doctrina.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un relato lleno de fuerza. Felicidades por la publicación y gracias por compartirlo.
ResponderEliminarUn abrazo, Luisa
Gracias a tí, por pasarte, por comentar. Gracias
ResponderEliminarjaja. Puedes llamarme como quieras siempre... que te sigas pasando por aquí
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