Madre e hijo se agachan junto a la cama. Él levanta
ligeramente las mantas e ilumina debajo con una pequeña linterna, dirige el haz
de luz a todos los rincones mientras, en silencio, su madre le mira. Después se
levantan y, cogidos de la mano, se acercan al armario, lo abren y comprueban
una vez más que allí dentro no hay más que ropa. Se quedan un momento en pie,
un instante apenas, hasta que la mujer inicia un movimiento hacia la cama y se
mete en ella; sólo entonces el niño se le acerca, le dice las palabras mágicas
con las que logra que ella luzca una sonrisa: “cuatro esquinitas tiene tu cama,
cuatro angelitos que te acompañan” y le da un beso en la mejilla, para después
salir de la habitación dejando la puerta abierta y la luz del pasillo
encendida.
Hace mucho que el monstruo desapareció de sus vidas;
entonces ella le protegió a él, ahora es él quien la cuidará hasta que sanen
las heridas.
Muy tierno y emotivo.
ResponderEliminarUn abrazo.
La realidad más cruda contada de la manera más entrañable. Desaparecido el monstruo, madre e hijo se necesitan y complementan.
ResponderEliminarUn abrazo, Luisa
Uyyyyy Luísa, qué relato más hermoso!!... y a cualquiera de nosotros nos puede pasar.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Gracias!!! La verdad, no siempre ocurre, es que este micro me gusta.
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