Estuvo analizando los pros y los
contras una vez más. Incluso hizo unas listas bastante pormenorizadas esperando
que le ayudasen.
Las ventajas de provocar un fin del
mundo eran, sin lugar a dudas, innumerables. De hecho, si lo pensaba bien, sólo
había una cosa que le impedía seguir
adelante: la seguridad de que Padre le castigaría con crear otro mundo quizás
en menos tiempo y usando chatarra en vez de barro, mientras le repetía aquello
de ser responsable y hacerse cargo de las criaturas que uno voluntariamente
había creado
Así que, en cuanto lo pensó un poco
más, encontró que no tenía ni las ganas ni la energía como para empezar desde
cero; dejó que las profecías pasasen una detrás de otra, permitió que ese pequeño
mundo siguiese su curso y, a imagen y semejanza de los hombres, hizo lo que
había hecho siempre, mirar hacia otro lado y hacer como si todo aquello no
fuese con él.
Y no podía mejorar las reglas del juego...
ResponderEliminarUn abrazo.
Le tocó el Dios menor del cual hablaba Borges. Definitivamente que resulta personal contar con un Dios, o nó. Cada quien decide según lo perciba en su experiencia.
ResponderEliminarAsí vamos como vamos, a nuestro aire.
ResponderEliminarSiempre interesante y original, Luisa
Un abrazo
Alfred, nos tocó un Dios perezoso, siete días de trabajo, ya ves; y así vamos, a nuestro aire, como Ángel apunta.
ResponderEliminarY eso... para los que creen en él, porque es un asunto de lo más personal (totalmente de acuerdo con Carlos)
Gracias, chicos, un placer y buen finde
Cargado de ironía.
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