La
carta que encontraron junto a su cuerpo, en la que dejó escrito que nadie era
responsable de su muerte, es lo que me ha librado de la cárcel. Que piensen lo
que quieran, que hagan lo que crean más adecuado, sé que yo fui quien la mató,
quien durante años le minó dándole motivos y razones para querer acabar cuanto
antes, quien empujó la mano con la que no dudó en abrirse las venas hasta que
la sangre brotase.
Nadie la ha querido más y, también,
nadie la ha hecho más daño. Jugué sin pudor con sus sentimientos sólo para
sentirme amo y señor de todos sus actos y, ahora que ya no está, me doy cuenta
de que sin ella no he sido ni seré nunca nada.
Creo que voy a seguirla. No quiero
que se me escape.
Cuantos casos como este deben de haber en la vida.
ResponderEliminarSaludos.
Más de los que podemos soportar.
ResponderEliminarAy Luisa, que no me quieran así. Genial micro, confesión incluída. La condena la lleva impuesta.
ResponderEliminarHay amores que más parecen condenas.
ResponderEliminarBuen relato, Luisa.
Un abrazo
Claramente no era nada sin ella abrazos
ResponderEliminarGracias por pasaros por aquí, un blog que empieza a ser una rareza
ResponderEliminarMe ha gustado, bien desarrollado y buen planteamiento.
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