Con el agua caliente tocándole la
barbilla, su horizonte era ese mar de burbujas de jabón en el que esperaba que
las preocupaciones se diluyeran. Sin embargo, al poco, vio el barco de juguete
que tanto odiaba, aquel que igual mantenía a flote a su marido como que le
hundía. Molesta, creó una ola con el pie condenándole a desaparecer. Escuchó
entonces el ruido de las sirenas, los gritos de los marineros y las órdenes
apremiantes y precisas; fue testigo del golpe de mar que arrancaba a su marido,
el capitán, de cubierta; vio cómo él, desde el agua, impotente, había tenido
que presenciar como todo su mundo se hundía. Él nunca había contado nada de
aquello, a nadie, tampoco a ella.
Oyó el familiar ruido de llaves en
la puerta de la casa: el capitán volvía. Ahora sabía por qué quería ahogarse en
alcohol. Ahora podía empezar a pensar en ser su salvavidas.
Qué duro Luísa y que bien abordas el mal trato sin dicir una sola palabra. Siempre es un gran placer acompañar mi desayuno con tus letras.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Grandísimo micro, donde en un plácido mar de burbujas de jabón un zarpazo nos envuelve en la cruda realidad que es la que nos atrapa aun después de leído el relato.
ResponderEliminarBrutal!
ResponderEliminarY muy acertado!
Era, también, la excusa perfecta para despedirse. Siempre resulta más sencillo así, menos trabajo.
ResponderEliminarSaludos,
J.