De la rutina insípida de su oficina sólo podía salvarla a ella. No había nada mejor que encerrarse en el pequeño despacho en que la habían instalado, rodearse del delicado aroma del papel y explorar juntos el sin fin de posibilidades que la técnica les ofrecía. Nadie le dedicó más tiempo y, muy pronto, a su modo, ella les hizo saber a todos que le pertenecía: en cuanto cualquier otra persona la tocaba, la fotocopiadora se atascaba, no fallaba nunca.
Todas las relaciones son distintas y únicas, esta más aún, tanto que "impresiona".
ResponderEliminarUn abrazo, Luisa