El verano en que estaba previsto que irían juntos al río y acabarían besándose, su madre murió y llenó la casa de silencios y sombras en un luto de tres años.
Después, cuando el tiempo de alivio estaba a la vuelta de la esquina y la primavera repetía su promesa de risas cálidas y agua fría, su padre les dejó y ella volvió a verse enterrada en vida.
Tres años más y milagrosamente él seguía allí, esperando quizá. Sin embargo, cuando aquel hombre vio en la calle a aquella mujer triste y fuera de lugar, en la que no quedaba rastro de la niña que amó, se mordió las lágrimas, maldijo su suerte y se fue en silencio, lamentando añadir más dolor y soledad al que la vida ya había causado.
Muy duro!
ResponderEliminarDice el refrán (de los que tú sabes tanto) que "Dios (o la vida) aprieta pero no ahoga", aunque toda regla tiene su excepción y hay veces que aprieta a base de bien, "sin alivio", sin compasión. A pesar de las pérdidas y las desgracias varias la existencia siempre sigue, pero en ocasiones las secuelas son demasiado grandes.
ResponderEliminarProfundamente emotivo.
Un abrazo, Luisa