Dicen que todo empezó con una partida de parchís para los niños, jugada junto al mus de los mayores. Cuentan que ocurrió lo de siempre: ¡te como!, ¡hasta que no saques un cinco, no puedes salir de casa!, ¡ya puedo contar siete!, y quizás hubo algún pequeño que no supo perder y se puso a llorar, e inmediatamente después la intervención de su padre. Supongo que ya habrás visto cómo se ponen los padres en los partidos de futbol de la escuela, así que a final el interés acabó trasladándose de mesa y de juego.
Después las cosas se fueron
complicando aunque no sé si eso explica que, a día de hoy, el pueblo se
paralice, la mesa de juego esté en la casa de cultura, haya cámaras para
retransmitir las jugadas, un presentador, unas entradas, una liga y hasta una
quiniela.
Quizás sea excesivo, no te digo que
no, pero… espera, ya vienen, se oyen ruidos en el pasillo, los padres de los
jugadores se sientan y las gradas se agitan. ¡Ya empiezan! No creo que hayas
visto nunca unas hinchadas tan coloridas y entregadas.
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