Eduardo Torres no era de este mundo, o eso decía; y la gente, tras la confesión, sonreía y comenzaba a apartarse de él.
Él, por su parte, inasequible al
desaliento, no dejaba de hacer cosas curiosas: estar sin comer varios meses,
aprender idiomas en minutos, proyectar imágenes utilizando solo sus ojos, decir
qué había detrás de las paredes, o diagnosticar y curar enfermedades antes que
el médico.
Supongo que en una gran ciudad su
vida habría sido muy diferente, pero Edu apareció un día en este pequeño pueblo
castellano y se quedó logrando ser un vecino diferente, un mago amable y un
hombre que cuenta batallitas en el bar y no deja de mirar al cielo.
Nunca le hicimos muchas preguntas la
verdad; le dejamos a su aire y hoy, dos días después de que desapareciese
iluminado por el rayo verde que salía del ovni que se posó sobre la plaza,
cuando ya empezamos a echarlo de menos, hemos de anotar entre sus muchas
virtudes que tampoco mentía.
Ya no queda gente como el pobre Edu. Que lo extrañen ahora si quieren.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Pues es una lástima que se tuviera que ir
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