Le
obligaron a sentarse en el sofá, junto a sus zapatos. No se movió mientras
levantaban el cadáver. Tampoco dijo nada de lo ocurrido durante los
interrogatorios o los años de encierro. Intentó, durante todo ese tiempo,
separar el recuerdo de esos zapatos en los pies de su mujer del de los grandes
e inertes de su hijo que ya habían empezado a deformarlos. Intentó no saber qué
había pasado por la cabeza del joven para acabar vendiéndose en aquel bar de
alterne en el que se habían encontrado. Fue, ya para concluir, incapaz de
comprender por qué, cuando terminaron por coincidir en el salón de casa, la
discusión se le fue de aquella forma de las manos.
Qué terrible y cuánto dices, Luisa. U qué bien contado!!
ResponderEliminarBesicos muchos.