Mi madre siempre había dicho, entre triste y resignada, que la relación que manteníamos mi pareja y yo no podía acabar bien. Lo cierto es que nunca le hice demasiado caso, no porque no tuviera razón, que la tenía, sino porque aquellas discusiones y gritos eran nuestro día a día y con ellas, a fuerza de gritos y reconciliaciones, llevábamos juntos y sorprendentemente felices un buen puñado de años.
Ahora
pienso de nuevo en ella, en ese futuro que me estaba construyendo y al que una
y otra vez regresaba. Pienso en ella cuando ya es demasiado tarde y la última
pelea se nos ha ido de las manos. Moriremos uno al lado del otro, juntos y
separados, incapaces ya e incapacitados para perdonarnos aun cuando acaben por
tocarse y mezclarse nuestros charcos de sangre.
Un final a toda orquesta o nada.
ResponderEliminarSaludos,
J.