Dejando la corona a un
lado, cogió en brazos a su pequeña y empezó a cantarle una nana. ¿Cómo podía
prepararla para plantar cara a la magia de las ofendidas madrinas? No,
definitivamente no era preciso que supiese utilizar una rueca, mejores opciones
quizás fuesen unas espadas, un juego de estrategia y hasta una simple peonza,
objeto capaz de, manteniéndose sobre el mínimo apoyo, encandilar a cualquiera
mientras baila y gira.
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