Mil veces se
había quedado inconsciente o no había podido soportar las náuseas; gajes del
oficio se decía, del de drogadicto, justo lo que él era.
Sin embargo un día, en un traspiés,
calló de bruces y, cuando se quiso dar cuenta, un corro de niños le rodeaba
entre risas. Aquello le hirió el poco orgullo que tenía y empujó lo suficiente
como para lograr abandonar la servidumbre de la jeringa.
Hoy es aquel que habla con las viejas,
el de la sotana, el que lleva siempre un paraguas y pone con él la zancadilla a
los críos que se le acercan; y es que los años no perdonan y apenas puede
correr y jugar, como creen todos que ha hecho toda la vida.
Qué bonito, Luisa!!
ResponderEliminarBesicos muchos.