Después de oír a
mis compañeros de fiesta hablar mal de ella durante meses, me decidí a ir a
verla. La torre, con sus 300 metros, me pareció absolutamente sorprendente,
como lo soy yo desde mi triste metro y medio de altura. Más tarde, acodado en
mi mesa del Moulin Rouge, dispuesto a dejarme llevar como cada noche por los
gritos del cancán, oí como unos hombres decían que en verano, al dilatarse el
metal, la torre crecería, algo que yo no he podido ni tan siquiera soñar y por
lo que he decidido que nunca, jamás, la pintaría.
(borrador para
esta propuesta de ENTC, en el enlace se puede
leer que el texto final que escribí con Belén Sáenz, juntas estábamos bajo el
seudónimo de Aserejé)
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