La abuela, junto a sus amigas, observaba el movimiento
de los jóvenes del pueblo en la verbena; lo que había crecido aquel, lo buen
mozo que era este, lo guapas que estaban las chicas con sus vestidos nuevos,
quien miraba a quien, quien se decidía a acercarse para pedir un baile, quien
estaba claramente demasiado cerca. “Y tu nieto, ¿dónde anda?”, preguntó
alguien. A ella se le nubló la vista aunque mantuvo con entereza la sonrisa;
bien sabía qué hacía su nieto y su mejor amigo: pasarse la noche poniéndose los
vestidos de las mujeres de la casa, aprovechando su ausencia, queriendo ser lo
que no eran.
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