Como quizás ya
sepáis, hace mucho tiempo, pero mucho mucho, escribí un cuento infantil: La
brujilla Carlota. Y fue más o menos por aquel entonces cuando
escribí una continuación que titulé: Los amigos de Carlota.
31 de diciembre de 2015
24 de diciembre de 2015
La brujilla Carlota
Hace mucho
tiempo, pero mucho mucho, escribí un cuento infantil: La brujilla Carlota.
Y después, hace
tiempo, mucho mucho pero no tanto, me decidí a autopublicarlo en Bubok, para
ver qué era eso.
21 de diciembre de 2015
Crueles
Desde este rincón he sido testigo mudo de sus vidas
pero hace demasiado tiempo que la casa está vacía.
Recuerdo que me propusieron jugar al escondite, como
avergonzados, mientras se daban codazos entre guiños y risas.
17 de diciembre de 2015
Ósmosis
Debajo de la alfombra del salón empezó a crecer un bulto y sin embargo, no encontré nada extraño debajo de ella. O quizás sí. No sé. Las baldosas estaban hinchadas y gordas, y había como un latido de cemento dentro de ellas.
Un día, meses después, al volver del trabajo, encontré un hombre desnudo en el salón afirmando ser el hijo que siempre quiso mi vecina, que ella lo había deseado tanto que se había decidido a existir, y que para presentarse ante su madre sólo necesitaba una muda.
Le confirmé que ella ya no vivía en el inmueble, comentó que no se sentía con fuerzas como para ir a buscarla, le pregunté que si quería ser huérfano, contestó que era un bebé, que eso sí que era, le pregunté que dónde viviría y miró alrededor, quise saber cómo sobreviviría y contestó que alguien le mantendría.
Y aquí estamos. Aunque he de confesar que, cuando él va al frigorífico a cogerse unas cervezas, he empezado a buscar debajo de la alfombra un lugar por el que desaparecer.
15 de diciembre de 2015
Cuenta la leyenda
Cuentan que, en aquel pequeño pueblo junto
al mar, había una prestigiosa fábrica de espejos y que su dueño estaba
locamente enamorado de la más bella mujer que aquellas calles habían visto
nunca. Él, intentando conquistarla, construyó fastuosas catedrales, coquetos
palacios y delicadas villas para después cubrirlas por fuera y por dentro de
esmeriladas superficies que la multiplicarían un millón de veces; sin embargo
ella, joven y coqueta, acostumbrada a que los espejos la quisiesen, huyó junto
a un joven pescador que la cantaba, que no había pescado nada nunca, pero que
la hacía reír. Roto por el dolor, el propietario de la fábrica empezó a hacer
añicos todo lo que había construido, no dejó de llorar y gritar hasta que la
muerte le impidió hacerlo.
Aquel pueblo se llamaba Venecia y, aún
hoy, cualquier persona que recorra sus calles estrechas verá en ellas la huella
de aquel dolor: espejos y lágrimas.
(Este microrrelato ha sido leído por Ana Vidal en el
programa de radio “Soles en el ocaso” en el que colabora; programa en el que
anteriormente se pudo oír: “La
tormenta perfecta”, un micro que ya fue publicado aquí en su día. He
de mencionar además la excelente compañía con la que salieron al aire, razón
por la que os facilito el enlace de este último programa (micros a partir de 1 hora y 5 minutos) y el de aquel (a partir del minuto
33). Gracias, Ana).
14 de diciembre de 2015
Siempre estamos ahí
Sabemos todo de
él, lo que le gusta y lo que no, cuándo se enamoró, cuánto tiempo estuvieron
juntos y cómo cortaron. Sabemos que se siente solo y queremos arreglarlo. Ahora
vamos hacia su casa, acabamos de poner su dirección en el navegador: somos sus
mejores amigos, acaba de alquilarnos.
(una aportación
a Cincuenta
palabras)
10 de diciembre de 2015
No leas “La trampa”
Desde que me arrestaron como cómplice de asesinato
hasta hoy, he repetido sin cesar que sólo soy un lector; pero ahora, encerrado
en esta celda de paredes de papel y barrotes de tinta, hago repaso y descubro
como el autor de la novela que estaba leyendo me ha atrapado.
He dejado mis huellas en cada página, puede incluso
que encuentren ADN ya que suelo chuparme el dedo justo antes de pasarlas.
Sonreí cuando el detective privado fotografiaba al amante y sospecho que quizás
entonces también a mí me disparó con la cámara. Admito que me paseé por el
lugar del crimen sin poner demasiado cuidado. Recuerdo haber expresado mi
opinión sobre la profesionalidad del asesino y lo acertado que era que ese
personaje, el asesinado, desapareciese de la trama, creo que hasta podrían
haberme grabado. En mi cuenta bancaria ha habido….
De repente me siento observado.
Levanto la cabeza. Reconozco la mirada del autor, son
los ojos que me miraban desde la contraportada. Su mano atraviesa el espacio,
empieza a dibujar alrededor de mi cuello una “o” y acaba asfixiándome.
7 de diciembre de 2015
El golpe de su eminencia
Tras algunos cálculos, comprendió que el futuro que
ansiaba vivir estaba a unos seis años de distancia sin alcohol y sin juergas.
Fue justo entonces cuando sintió cómo flaqueaba su vocación mientras su mano
izquierda, siempre más atrevida, buscaba un atajo robando en el cepillo de las
limosnas.
3 de diciembre de 2015
Limbo
Desde que la rubia que leía “Guerra y paz” bajó del
autobús viajamos en el más absoluto de los silencios, mirando la realidad a
través de los sucios cristales como si fuésemos peces, boqueando y con los ojos
abiertos, siguiendo un trayecto circular que recorre la ciudad una y otra vez
en un tiovivo sin fin lleno de niños que nadie espera y que nadie quiere. De
repente el conductor modifica ligeramente nuestra ruta y sacudimos parte del
sopor con un pestañeo; es una mujer rubia, con un manoseado libro gordo en las
manos y una portada que reconozco, la veo avanzar por el pasillo del autobús
buscando un hueco y, por un momento, pienso que esta mujer ha de ser la rubia
que se apeó, que ahora vuelve. Y elijo como todos aferrarme a mi sitio y a mi
silencio, decido no sentir y olvidar, escojo no saber qué se siente ahí fuera,
donde la vida vive y pasa el tiempo.