2 de marzo de 2016

Don Teófilo no era de este mundo

Cuando me lo encontré en aquel carromato, arcano y vetusto, pincelando la explanada donde yo paseaba a mi perra sus gestos me recordaron a alguien… imposible, me dije, ¡vaya una tontería! No estaba solo y hablaban de forma rara… y entonces su voz despejó todas mis dudas; me trajo una bata blanca, una pizarra verde y diversas cuestiones existenciales… ¡Cómo es posible que sea mi profe de filosofía, si hace años que debería de estar muerto! 
“¡Vivir! sin que el tiempo me acose, mucho menos llevarlo en mi muñeca. Estrenar una luna cada noche al acostarme. Romper con los atavismos” me contestó cuando curioseaba por su vida. Don Teófilo hablaba, yo cerraba los ojos, y todo volvía; me sentaba de nuevo en mi pupitre. 
Una tarde vinieron a buscarle… y al cabo de unos días nos lo devolvieron, más feliz y fiel a sus lunas que nunca, a su cielo sin paredes, también, al indolente invierno que nos acechaba.
Pero llegó una nívea y reluciente mañana y don Teófilo la eligió para marcharse. Lo hizo en su carromato, y de nuevo volvieron… y se los llevaron y nos dejaron sin cielo y sin nubes, y la explanada quedó para siempre desamparada de colores. En su lugar abandonaron lo único rastrero que poseía, su inseparable carrito a cuadros repleto de miríadas de cosas hermosas. Al anochecer lo enterré en ese mismo sitio. Don Teófilo era inmensamente rico, dejó una sustanciosa fortuna; ninguna tangible…



Autor: Rosy Val

(¿sabes que estamos escribiendo una novela entre todos?, ¿quieres participar?; descubre cómo)

No hay comentarios:

Publicar un comentario