“Necesito
ropa”, esas eran las dos palabras que rebotaban sin cesar entre sus sienes, que
resumían su obsesión y que justificaban, según él creía, que estuviese robando
las maletas a aquella elegante mujer en el abarrotado aeropuerto.
Venía
observándola con disimulo desde hacía algunos minutos y había decidido que su
ropa era la adecuada para incorporar a su ya extenso ropero, que sería una
digna compañía de los trajes chaqueta que desde hacía meses esperaban en el
armario, cuidadosamente colgados. Aún recordaba aquel hombre de negocios de
cuyo equipaje se apropió. Aquel hombre y esta mujer hacían buena pareja y él no
podía resistir la tentación de, aunque solo fuese con sus ropas, emparejarlos.
Las citas a ciegas tienen estas cosas.
ResponderEliminarUn abrazo.