Durante
toda su vida mis padres se negaron a usar en mi cuerpo tanto la biología
cibernética como las actualizaciones cada vez más comunes de software
sanitario. Yo mismo heredé de mis progenitores una exagerada animadversión por
todo lo que se alejaba de la selección natural de las especies y las obsoletas
vacunas que tanto proliferaron en el siglo XX.
Me
convertí así en el último homo sapiens,
en el ser único e insignificante que tanto afeaba a la nueva raza de hombres:
los posthumanos.
Hoy,
cuando toda su civilización empieza a enfermar y a desaparecer por causas
desconocidas, ellos han empezado a mirarme, han comenzado a pensar que yo bien
podría ser un útil conejillo de Indias y esconder entre mis células esa
salvación que se les está escapando.
Me gusta el concepto de "posthumanos".
ResponderEliminarUn abrazo de lunes.
Jugar a ser Dios tiene sus consecuencias. Tu protagonista va a pasar de ser marginado al más deseado.
ResponderEliminarBuen relato, Luisa.
Un abrazo
Patricia, ya casi lo somos, ¿no crees?, en cuanto todas esas cosas que van con nosotros: movil, tablet, wifi,... se incorporen a nuestro cuerpo con algunas mejores en nuestros sentidos, si es posible.
ResponderEliminarÁngel, es lo que se llama "matar a un cerdo a besos", lo quieres... pero lo matas; los humanos (no sé si los posthumanos) hacemos cosas así y... así nos va.
Gracias a ambos y un beso.
Vaya camino hemos tomado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Excelente el micro. La realidad esa que narras, me da miedo.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Da para varias vueltas. Me quedo pensando.
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