De
niña devoré todos los cuentos, crecí creyendo en los príncipes azules, en las
varitas mágicas y en que los deseos se pedían de tres en tres. Después la vida
fue cambiándolo todo, lo que podía pedir y lo que se me concedería, lo que me
sería dado.
Hoy paseo por el bosque con mis
hijos y les alejo cada vez un poco más de casa, vigilo que no dejen un rastro
de migas o de piedras detrás de sí y me aseguro de que no vayan a volver sobre
sus pasos. Y, entristecida, descubro con sorpresa que aún queda algo de magia
en mí y pido tres deseos: que mis hijos, a los que abandonaré, encuentren una
casa que les dé abrigo; que en ella haya alguien que pueda cuidarlos y que ese
alguien no sea una bruja como en la que se ha convertido su madre.
(microrrelato
incluido en “Menguantes”, libro que puedes descargarte en este enlace)
De impacto y me ha encantado
ResponderEliminarLa vida, a veces, se vuelve muy árida, y no es ningún cuento.
ResponderEliminarBuena historia, Luisa.
Un abrazo
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