Desde
que se acordaba, las mismas palabras. “Es como un ángel, con esos rizos tan
rubios y esos ojos tan claros, con esa cara de no haber roto un plato”, “Es un
querubín, un encanto sin alas”. Él, mientras, permanecía sin moverse en mitad
de la habitación y solo esperaba que aquellas señoras dejasen de manosearle;
pero no fue fácil conseguirlo, no fue fácil. Ni tan siquiera cuando estaba en
el ataúd dejaron de tocarle, de arreglarle el pelo, de repetir aquellos
comentarios; ni siquiera mientras buscaban a su alrededor una nueva víctima a
la que acorralar, a la que empujar al cielo llegado el caso.
(microrrelato
incluido en “Menguantes”, libro que puedes descargarte en este enlace)
Buenísimo Luísa. Breve pero intenso.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Gracias, guapa. Mucho más besos de vuelta.
ResponderEliminar