foto de Vivian Maier |
Es muy posible que la próxima parada
sea la última, que se nos acabe el tiempo; pero mientras tanto estamos juntos,
envueltos en la piel del otro. A nuestro favor está la vejez, somos los que más
sabemos de vivir, de disfrutar de cada día como si fuera el último y de esos
placeres pequeños que marcan la diferencia. Poco
importa que cada minuto nos acerque quizás al final si ante nosotros hay un
paisaje que podemos mirar juntos, que tengamos la piel surcada de arrugas si en
ella se queda atrapada la caricia del otro, que nadie comprenda que siempre hay
una oportunidad más para apurar cada instante.
El tren se acerca a la estación, en
ella estarán nuestros hijos esperándonos, enfadados y sin hablarse, incrédulos;
incapaces de comprender este amor que nos ha empujado a huir de ellos, de su
incomprensión. Bajaremos del tren despacio, juntos y sonriendo, nos verán
felices y quizás no alcancen a ver que nuestro corazón volvió a ser joven y que
por él volveremos a escapar una y mil veces de la vida que han decidido para
nosotros, esa en la que estamos tan solos y que ya no queremos.
(microrrelato
escrito para Esta noche te
cuento y la foto que veis)
Como siempre, tus escritos magníficos. Ya lo leí, y ahora vuelve a gustarme más si cabe. Qué bien has reflejado la autentica vida y la incomprensión de los hijos hacía sus mayores, por otro lado tan habitual!.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Hoja, guapa. Es curioso eso de no dejar vivir a alguien que lo ha hecho más que tú, que debe (digo: debe) aprovechar hasta el último momento (sobre todo si quiere). Es algo que me subleva bastante.
ResponderEliminarUn besote.