Nervioso, le digo que no nos queda tiempo. Ella me
sonríe y, al verla, tan tranquila, casi creo sentir un amago de enfado, un
enfado que no puede prosperar porque ambos sabemos que nunca podré enojarme con
ella.
-No nos queda tiempo y lo sabes –le repito, quizás
elevando un poco la voz.
-¿Cuánto calculas que tenemos? –pregunta ella casi con
desgana.
-Unas líneas apenas.
Entonces se lanza a mis brazos, me besa y, fundidos el
uno en el otro, dejamos que llegue el eterno punto final.
(microrrelato
incluido en “Menguantes”, libro que puedes descargarte en este enlace)
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