Desde que estoy en coma, he cambiado.
Para un hombre que nació en otra época asistir a las conversaciones de sus
cuidadores, oír sus chistes verdes y cómo tontean, es lo mejor que me ha
pasado. Gracias a ellos, a sus charlas y a sus risas, se ha despertado mi
imaginación y he encontrado en ella el mejor aliado para la vida que llevo. Por
contra, al otro lado de la balanza y para recordarme lo que fui, están las
visitas de mi mujer que me besa con los labios secos y cerrados en la frente,
me cuenta lo de siempre y suspira. Afortunadamente siempre hay una enfermera
cerca, que quiere comprobar cómo estoy, y su voz o su perfume ponen en marcha
mi imaginación y mi único deseo: no despertar nunca.
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