Al entrar en la habitación los presentes se hicieron a un lado y me abrieron un camino hacia la cama, donde su cuerpo estaba cubierto con cendal blanco. Ya no habría una despedida entre nosotros, tampoco un reproche o una palabra, llegaba tarde. Me pareció sentir que mi indiferencia sembraba la alarma entre los que me rodeaban y me vi obligado a retroceder al recuerdo feliz de nuestros primeros años juntos, logrando así que una nube de lágrimas me velase la mirada, justo como esperaban.
Siempre actuamos mas para los demás que para nosotros mismos.
ResponderEliminarTan acostumbrados estamos a ellos que no sabemos cómo escapar de tal condicionamiento.
Saludos,
J.