Yo,
desde que llegué, no puedo evitar mirarlo; y es que no veo en él lo que me
cuentan, no creo que sea un chivato y nos espíe o se sienta, como afirman,
superior a cualquiera de nosotros. Más bien al contrario, pienso que está solo
y tiene miedo, que llora por las noches y se siente sucio, que no juega porque
no tiene con quien ni se acuerda cómo hacerlo.
Pienso
que le ocurre lo que me pasó a mí porque, mirándolo, me encuentro.
Esta mañana me
decidí a romper el muro que le aísla, le hablé mirándolo a los ojos y he
acabado en este rincón del patio acunando sus lágrimas. No estaba equivocado y
me alegro, me alegro mucho, de haber dado este paso adelante hasta tenerlo
entre mis brazos mientras me cuenta cómo esconde los gritos y soporta las
manos, cómo a todas horas se siente abusado, desnudo e indefenso.
Qué terrible, doloroso y bonito al mismo tiempo!!
ResponderEliminarBesicos muchos.
Duro, como suele ser habitual
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