A unos
cien metros de distancia, hubiese preferido que fuesen más, estaba el hombre
que se ocuparía del pecio en que se había convertido su empresa. Braceando
torpemente, avanzando como lo hace un buzo sin soporte de oxígeno, solo acertó
a ponerse las gafas de sol, ajustarse la corbata, empuñar con fuerza el maletín
y vestir, quizás por última vez, el disfraz de tiburón de las finanzas que tan
grande le venía.
Uyyy qué penita!!
ResponderEliminarBesicos muchos.