El cura del pueblo siempre pone una limosna en la mano tendida, en otra una caricia, en aquella mirada infantil una sonrisa, en unas palabras dichas con dolor escucha y en sus sermones dominicales paz. Hasta que llega a aquel lugar aquella mujer de risa pícara, escote pronunciado y falda demasiado corta que turba sus días con oscuros pensamientos y dudas; y es que nadie ni lo sabe ni lo sospecha, tal y como prometió a su madre ya muerta: él siempre quiso ser una mujer, como lo es ella.
(microrrelato escrito para la segunda ronda del
concurso CUNCA ARZÚA, convocado en Esta noche
te cuento, en la que me caí)