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foto de Cristina García Rodero |
Éramos felices, repetía sin parar mi
madre a sus amigas mientras los ojos se le empezaban a llenar de lágrimas; no
lo entiendo, no puedo, repetía incrédula.
¿Felices,
mamá?, ¿estás segura de que lo éramos? Tú lo eras y mucho, lo sé, estabas tan
llena de luz, tan deslumbrada, que el resto del mundo te resultaba invisible,
que no podías comprender que no hubiera alguien que no lo quisiera, que lo llegase
a odiar o a temer tanto como yo lo hacía.
Sin
embargo, desde que nos abandonó, todas las sombras que he ido perdiendo yo son
tuyas, junto con las lágrimas y los silencios; y asumo que, tampoco ahora, con
lo triste e irascible que estás, llegarás a entender o saber la razón última
por la que estoy tan contenta.