Los
niños salieron corriendo del colegio, histéricos, gritando. Mi pequeña se
arrojó a mis brazos.
-¿Me dejas ir, verdad? ¿Verdad que
podré? Di que sí, papá; di que sí.
-Pero, ¿de qué hablas, cielo?
-De ir a ver a los ángeles. La seño
ha dicho que habrá una excursión para ver las naves de los ángeles.
Ángeles, así habíamos llamado los
mayores a esos puntos brillantes en cuanto aparecieron en el cielo para
proteger a nuestros hijos, para poner fin a su miedo y a las lágrimas.
“Son ángeles, cariño, vuelan, tienes alas, no tienes
que preocuparte por ellos” y ahora las naves estaban allí y su persistente
silencio ni nos había dado la razón ni nos la había quitado.
Levanté la mirada. Vi a los profesores, a los otros
padres y madres y supe que todos iríamos a esa excursión y que la realidad, de
un modo que aún no sabíamos concretar, nos estaba acorralando.
(¿sabes
que estamos escribiendo una novela entre todos?, ¿quieres participar?; descubre cómo)