Darme una vuelta con él, o dos o lo que fuera, pero con él. Por eso le sigo
diciendo que sí, porque siempre ha querido decírselo y porque, proponga lo que
proponga, se lo seguiré diciendo. Sé que se me nota en la cara, esa que él solo
dice que es bonita justo antes de pedirme cualquier cosa.
Me ha
calado bien, es obvio, tampoco era tan difícil, pero yo no soy tonta. Los ojos
de carnero no puede quitármelos, se me ponen así en cuanto se posan en él;
tampoco puedo decirle que no, a nada, nunca; pero siempre puede mirarle y
mirarle, perseguirle, acosarle, decirle que sí a todas horas, hasta que llegue
a proponerme lo que quiero que me diga: que no quiere volver a verme, que no me
aguanta, que necesita poner tierra de por medio, respirar; a lo que yo le diré
lo que único que sé decirle, que sí, que lo que quiera, mirándolo como lo he
mirado siempre, pero felicitándome ya por haber logrado poner en su boca justo
lo que necesito y hace falta.