3 de abril de 2019

El último samurái

Hace una semana ella le invitó a su fiesta de cumpleaños, una fiesta de disfraces famosa en el colegio y cada año un poco más numerosa.
No tenía mucho tiempo pero, afortunadamente, pronto tuvo una idea. Reunió todos los cartones de leche que pudo, algunas cajas de zapatos e incluso las páginas exteriores de las revistas dominicales, algo más rígidas; les fue dando forma y después, pieza a pieza, las pintó para acabar uniéndolas con unos cordones de zapatos y lograr que permaneciesen en las posiciones correctas.
El día anterior a la fiesta se puso su disfraz de samurái y se miró en el espejo, concluyendo que, si bien no era cómodo, resultaba impresionante.
La primera sorprendida al verle fue su madre, que era japonesa, pero la prueba de fuego era ella, quien le recibió en la puerta de su casa, vestida de blanco y preciosa:
-¿Vienes de Darth Vader? Qué buena idea.
Y mientras él contestaba con timidez:
-Lo he hecho yo –descubría que eran ensaimadas lo que ella tenía sobre las orejas.

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