26 de febrero de 2016

Posts con tuits (5)

            *Para saber contarlo, te maté; pero lo fastidiaste sobreactuando. Y ahora que he de meter tus gritos en un tuit, te callas. #relatsnegres

            *Estaba dejando el teclado lleno de sangre, pero quería subir el selfie antes de palmarla. #relatsnegres

            *El relato es negro si el verde de tus ojos y el caoba de tu pelo terminan como el color de tus labios, rojo sangre. #relatsnegres

*Con nosotros llegarás a lo más alto y cuando bajes, nunca lo harás solo, siempre te estaremos acompañando. #Enmiascensor

*Tener la cabeza en las nubes y los pies en el suelo es más fácil con el ascensor adecuado. #Enmiascensor

            *
            Dime dónde estás, que voy a buscarte.

            *CONTRASTE
            En la red, seguirte y llenar tu día a día de me gustas.
            En la vida, temerte y querer escapar de tus palizas.




*Había descubierto el rostro escondido del monstruo en la roca, y ahora el niño temía que bajase el agua.

            *El barco pellizca el lomo del mar y éste lanza una moneda al aire: ¿calma o tormenta?

*Sé lo que duele no existir, que las miradas sean aire y no existan las palabras. Estuve allí, donde tú ahora, y se sale. #CMRSARP

24 de febrero de 2016

Delitos líquidos

        
          Entro en el bar del Blas y, los parroquianos, enjutos y encorvados, detienen un instante su cuchicheo. Luego ven que soy yo, el Tomás, y reemprenden sus conversaciones. Vengo a por una dosis adicional, a por una dosis prohibida.
El Blas es un tío grande, algunos han aprendido a valorarlo ahora. Siempre le gustó mucho experimentar con las bebidas. Fue de los primeros en apuntarse a esa moda de jóvenes de las cervezas artesanales. Yo le decía que estaba tonto, que a mí mi Amstel no me la iba a cambiar por ningún sopicaldo. Pero vaya si se apuntó, y vaya si no tuve que retractarme de mis palabras cuando me ofreció aquella cerveza rubia, la primera que dejaba catar a los asiduos, después de meses de pruebas en el sótano del bar. Pero ahora es distinto. Entrar en el bar de Blas es una estampa modernizada de aquellas fotos en blanco y negro de la ley seca.
Paso a la trastienda y le pido una botellita de agua, para los niños le digo, aunque él ya lo sabe y me da un apretón en el hombro. Rocío, mi pequeña, está pachucha desde hace semanas y yo no dejo de moquear con tristeza cada vez que pienso que a todos nos espera una muerte lenta y desesperada. Pero ojalá me muera yo antes que mi pequeña, a Dios le pido. Si existen esos cacharros voladores tal vez ese Dios, del que perdí la fe hace años, ande por alguna parte también.
El agua está racionada desde hace meses, desde que se descubrió que esos monstruos de metal eran insectos chupasangres que nos estaban robando la sangre de la Tierra. La única forma de conseguir más cantidad es pagar unos precios prohibitivos a las dos multinacionales que se están haciendo de oro con la sequía. Dicen las malas lenguas que tienen un par de pozos subterráneos, protegidos por grandes ejércitos, que todavía no han sido descubiertos por los alienígenas. Los gobiernos ya han cambiado la ley a su favor y cualquier otra persona que expenda agua, se lucre o no, está cometiendo un delito.
El Blas no se lucra, el Blas nos la regala, a los parroquianos, a los de siempre. Yo sé que querría ayudar a más gente pero no se fía de extenderlo y que algún canalla le denuncie. Vivimos en un mundo de mierda, seguramente nos merezcamos perecer como especie. Pienso eso un instante y me viene la imagen de mi Rocío tosiendo y débil en la cama y me santiguo y me muerdo la lengua
El Blas vuelve con la botellita llena del alambique donde, nadie sabe cómo pero todos le besaríamos los pies por ello, ha desarrollado un modo de desalcoholizar las bebidas espirituosas para obtener agua. Me ofrece un trago de brandy Torres “pá ahogar las penas, compadre” y, muy serio, le contesto que mejor no; que puede que, la semana que viene, ese brandy desustanciao sea el que llene una botellita prohibida más.

Autor: Ignacio J. Borraz

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22 de febrero de 2016

Sin mensaje


Entró en casa con una botella vacía en la mano y la dejó junto a las otras.
Habían pasado ya algunos meses pero todo indicaba que ella seguía enfadada, que no le había perdonado aún que la abandonase en la playa de aquella preciosa isla desierta.

19 de febrero de 2016

En las ondas

El microrrelato “El desempate” fue leído por Ana Vidal en el programa radiofónico “Soles en el Ocaso” del pasado 17 de febrero; en él y con motivo del día de los enamorados, se leyeron algunos microrrelatos en los que se hablaba de amor, pero de un amor canalla.
El enlace al programa es éste y los microrrelatos se pueden escuchar en torno al minuto 45.

17 de febrero de 2016

Con sus ojos

El día en que la nave azul se hizo visible desde el patio de su casa, el abuelo nos creyó.
Llevábamos semanas diciéndole que se las podía ver en el horizonte, sobre la Plaza Mayor, desde la finca del Pepín, en la curva de la carretera que va a Campistre. Pero como no las veía con sus propios ojos, decía que eran chiquilladas nuestras, que eso pasaba por dejarnos ver tanta televisión.
Como él llevaba años sin salir de su casa, lo que no pasaba en ella no existía.  Desde la muerte de la abuela se había encerrado a cal y canto y el que quería verlo, tenía que ir a visitarlo.
Fue llegar del cementerio, quitarse el traje negro, arremangarse la camisa blanca y ponerse a trajinar con sus macetas. Entonces solo tenía tres o cuatro, nada comparado con la jungla en que se ha convertido ahora el patio.
Eso sí, siempre somos nosotros los que le proveemos de todo lo necesario: que semillas, que tierra negra, que fertilizantes. Ha instalado un sistema de riego que parece diseñado por un ingeniero. A veces nos preguntamos qué hará cuando ya no tenga más sitio donde colgar y apoyar macetas. Pero él no parece preocuparse por eso. Siempre encuentra algo nuevo para hacer. Y es tan cabezota que nadie lo puede hacer cambiar de opinión.
Por eso, cuando la nave azul se hizo perfectamente visible desde el patio de su casa, el abuelo nos creyó, pero no quiso reconocerlo. Dijo que seguro era uno de esos cacharros hinchados con aire que usan para hacer publicidad. Como si la nave tuviera aspecto de zepelín… En fin, que no lo quiso admitir, pero no tuvo más remedio que darse cuenta de que la cosa iba en serio.


Autor: Patricia Collazo


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15 de febrero de 2016

El estribillo


Veo a un hombre y a un niño sentados en un banco.
Veo a un hombre grande y a un niño pequeño sentados en un banco del parque.
Veo cómo el hombre grande agarra con una de sus manos al niño pequeño y le obliga a estar sentado en el banco del parque.
No veo el movimiento de la otra mano del hombre grande, no veo las lágrimas del niño pequeño; veo quizás a un banco empezando a quejarse a ritmo de llanto.
Lo veo y no lo veo.
¿Lo imagino o lo estoy recordando?
Lo coso al papel, porque quiero pasar página; pero si fracaso de nuevo, mañana, y todas las mañanas, volveré a intentar desasirme del recuerdo y definitivamente alejarme.

12 de febrero de 2016

Cenicienta

Ajena a los cuentos de hadas en los que de ninguna manera creía, durante años, llegó siempre a casa después de las doce, a veces con un zapato de menos y no siempre acompañada de alguien que pudiese ser considerado un príncipe.
Curiosamente, mucho tiempo después, apareció su hada madrina, alguien que la trataba como una reina, que llenaba sus días de magia e intentaba que fuesen realidad sus deseos más íntimos.

10 de febrero de 2016

Juegos


Sentado al borde del acantilado, desde el cual veíamos cada día alejarse más y más la orilla del mar, encontré, cierto día, un niño.
Me puse a su lado, imitando su posición de dejar colgar las piernas hacia el vacío y perder la mirada en el horizonte.
Pasaron así varios minutos, durante los cuales mi corazón se retorció de angustia, pensando en el breve futuro que tenía por delante aquél niño, en vista de que las enormes naves grises parecían haber acelerado el ritmo de extracción de agua y, no contentos con vaciar los océanos, enviaban naves más pequeñas para hacerse con los ríos, arroyos y lagunas, y eso ya tocaba la supervivencia: sin agua dulce, el fin sobrevendría en cuestión de días.
Cuando logré arrancarme de mis pensamientos agoreros, me volví hacia el niño. Él siguió con su mirada firme, en un punto perdido en la nada, totalmente ajeno a mis previsiones fatales. ¿O no…?
Al recorrer su figura con la mirada, reparé en sus manos. Estaban sucias, embarradas, incluso en su ropa había restos de barro, que no se había molestado en retirar. Tal vez mi curiosidad hizo que girara su rostro hacia mí, y en el fondo de sus ojos clarísimos descubrí una misteriosa alegría, sólo parecida a la que reflejaban mis propios ojos cuando, siendo niño, volvía a mi casa tras alguna aventura, especialmente si tenía que ver con algo “prohibido”…
Se miró las manos y volvió a enfrentar sus ojos con los míos, con un aire de orgullo mal disimulado.
De sus labios no salió ningún sonido pero, en el centro de mi mente, pude escuchar con claridad lo que me decía:
— Es la primera, y tal vez sea la única vez que mis manos tocan el barro. Es imposible describir las sensaciones que me produjo ese instante de sencillez y libertad. Esta alegría me va a durar mucho tiempo. Valió la pena correr todos los riesgos, y valdrá la pena enfrentar la reprimenda y el castigo que mi madre allá, en la nave principal, quiera imponerme.
Petrificado, sin reacción posible, sólo pude verlo levantarse y “escuchar” sus últimas palabras:
— Ya debo irme. Adiós.

Autor: Hugo Jesús Mion


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8 de febrero de 2016

Maratón en Atapuerca

           El hombre del museo despierta del largo letargo para descubrirse encerrado en un lugar extraño. Evitando moverse, aterrado, descubre que fuera se está produciendo una estampida; que hombres y mujeres, a juzgar por sus ropas de una misma tribu, de una muy grande, parecen huir, durante horas, despacio, de nadie.

(microrrelato publicado el pasado día 5 de febrero en Cincuenta palabras)

5 de febrero de 2016

Adicción

He empezado a sospechar de mi esposo; sin embargo, estoy segura de que no se trata de una simple aventura, me temo que sea mucho peor, que sea la suma de todas ellas.
Hace unos días volví a casa antes de lo habitual y, cosa extraña, la televisión no estaba encendida. Mi marido, sentado en el sofá, con la cabeza inclinada hacia delante y los ojos abiertos, parecía estar tan ausente como siempre pero, al descubrirme, se sobresaltó y creí ver que, mientras con la mano derecha buscaba el mando a distancia, con la izquierda apartaba algo de mi vista. Yo hice como que no me daba cuenta; pero sé que tengo razón cuando digo que creí ver en sus ojos emoción y vida, sentimientos que no he encontrado en él nunca.
Ahora sólo pretendo averiguar, de una vez por todas, si es verdad lo que creo: que ha empezado a leer y que disfruta con ello.

3 de febrero de 2016

La dama del perrito



Gladys, alemana y viuda, abre los ojos. Un instante después y, aunque su marido falte desde hace dos años, repite las palabras con las que empezaban siempre el día desde que desembarcaron en la Costa Azul y que son: “Esta casa es perfecta”.
No mucho después, porque la dama no es perezosa, se levanta, se pone una de sus maravillosas batas y sale de su cuarto. Es normalmente entonces cuando oye las patitas de Marlon, que viene ya corriendo por el pasillo como para darle los buenos días.
-Hola, cielo. ¿Dormiste bien? Sí, sé que quieres salir, pero has de tener paciencia. Ya sabes que una chica necesita tiempo para desayunar como Dios manda y empolvarse la nariz. No me metas prisa.
Levanta las persianas, abre las cortinas y deja que entre la luz del sol, que no falla nunca; de todas las ventanas de la casa menos las de la gran cristalera.
Una hora después, con puntualidad inglesa, Gladys y Marlon salen.
Las personas que se agolpan en los alrededores, que puede que hasta hayan dormido allí, les miran, se dan codazos, susurran, murmuran. Algunos se apartan, respetuosos.
No mucho después llegan junto a una de esas naves que no son de este mundo, que no estaban cuando llegaron su marido y ella. Marlon olisquea.
-Vamos, cariño, no tenemos todo el día. Haz lo tuyo –le apremia Gladys.
El perro levanta una pata y orina. Todos ven cómo se moja la superficie metálica, entre escandalizados y sorprendidos, sin saber a ciencia cierta qué opinar; mientras Gladys y Marlon desandan su camino, cada día un poco más largo, entran en la casa y Gladys mira de reojo hacia las persianas que aún están bajadas, que ya no volverá a subir, porque le han fastidiado las vistas.

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1 de febrero de 2016

El fin de su mundo

Un día se dio cuenta de que, bajo las entradas de su blog, no había comentario alguno. Más tarde, mientras patrullaba Internet a golpe de clic, crecieron las sospechas. Cuando ya no pudo más, se armó de valor y escribió: ¿hay alguien ahí?, para inmediatamente después ir a comprobar si aumentaba el número de visitas.
Nunca se imaginó lo que pasaba: la gente, ahí afuera, vivía.