Era un luminoso día de verano. Había ido a pasar la mañana junto al río, cerca de donde los niños y niñas del pueblo aprendían a nadar.
Las risas, los gritos y los chapoteos llenaban el aire. Levantó la vista para disfrutar de ellos y, por un momento, creyó ver como una de aquellas criaturas dibujaba sólo para él un lascivo gesto de adulto. Fue un instante lleno de perplejidad, solamente eso, que enseguida borró de su memoria con un pestañeo por imposible.
Las mañanas se sucedieron unas a otras, también las extrañas miradas y, con ellas, una hipnotizante fascinación por comprender a qué jugaba la pequeña.
Antes de que el verano tocase a su fin, la respuesta a todas sus preguntas llamaba a su puerta en forma de denuncia. La niña había contado a sus padres cómo aquel hombre la espiaba y ahora, tantos días después, él se veía obligado a admitir que aquellos ojos enfermos eran efectivamente los suyos.
Me ha parecido muy bueno, Luisa. Es un tema delicado y este micro da para más lecturas.
ResponderEliminarUn beso.
Sí, es peliagudo, por eso te agradezco de forma especial este comentario; no sabía si había llegado si me había pasado.
ResponderEliminarEspero simplemente haber sido, como bien dices, delicada.