16 de marzo de 2016

En el fondo del pozo brilla una sonrisa turbia



Nerenne estaba cerca del pozo el día que llegaron los camiones grises. Ni ella ni las demás mujeres y hombres del poblado entendieron lo que ocurría.
Se encontraban preparando un ritual mágico para implorar a sus dioses que el río, apenas ya una lengua de tierra húmeda, recuperara su caudal. El pozo no era casi ni un pozo, sino una oscura gruta que terminaba en un barro cenagoso pero lo bastante líquido como para que, con paciencia, pudiera obtenerse una pequeña cantidad de agua. Aquellas últimas semanas habían subsistido del exiguo tesoro de sus entrañas.
            Nerenne todavía era una niña de pelo ralo, piel oscura y grandes dientes brillantes y con estos últimos sonrió cuando creyó entender, cuando vio a los hombres grises atacar la gruta con máquinas pesadas. Iban a hacer un pozo de verdad.
Y lo hicieron.
Solo que, poco después, levantaron muros grises a su alrededor.
Nerenne llamó a la puerta gris, con su sonrisa ingenua y franca, y un hombre joven abrió y la miró con curiosidad. Cuando entendió por gestos su petición de agua, se carcajeó y le espetó dos frases con una voz de cuero. “El agua es para las personas, negra” escuchó Nerenne, sin comprender, mientras la puerta se cerraba.
Día tras día, los hombres grises, uniformados y armados, cargaban los camiones con garrafas de plástico mientras el poblado seguía pasando sed. Les daban cada día apenas una garrafa pequeña para todos.
            Pasaron un par de meses y, con la capacidad de supervivencia que desarrollan los que siempre han vivido con poco, la vida en el poblado seguía su curso a pesar de la intromisión. A Nerenne le llegó su primera luna de sangre y con ella el ritual: bebió la pócima preparada por el hechicero y pasó una noche sin dormir en que, el resto de mujeres del poblado, la instruyeron en algo que todavía le sonaba difuso y extraño. Lo que sí sentía es que su cuerpo cambiaba y sus pechos brotaban como dos manzanas pequeñas.
            Aquel atardecer, Nerenne paseaba sola cerca de los muros grises cuando el hombre joven, el de la voz de cuero, reparó en ella y le esbozó una sonrisa amplia que devolvió con sorpresa. Ya no esperaba ningún gesto de los hombres grises. Sin embargo, el hombre se acercó, le hizo señas inequívocas y la instó a seguirle al interior de la edificación gris.
A Nerenne le dio tiempo a pensar que, tal vez, había otros poblados sin pozos y los hombres les habían estado llevando el agua a esas personas más desgraciadas, que ahora las puertas se abrirían no solo para ella sino para todos, que los pequeños podrían volver a bañarse y las moscas dejarían de rondar sus narices y orejas; hasta que se encontró en un espacio pequeño con estanterías pero sin rastro de garrafas, con un diminuto sol ambarino que chisporroteaba e iluminaba a intervalos la mano del hombre poniendo un cerrojo, el cuerpo del hombre girándose hacia ella, la sonrisa gris del hombre acercándose, lentamente.

Autor: Ignacio J. Borraz

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7 comentarios:

  1. Los que estamos participando en la novela encuadramos estas escenas en la tragedia provocada por las grises naves extraterrestres, pero todas estas imágenes se dan a diario en cualquier pueblo perdido de África, Medio Oriente o Sudamérica. Muy buen micro.

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  2. Efectivamente, es un capítulo de "Las últimas voces" pero ya está ocurriendo y ocurre. Muy lamentablemente. Da igual que sea agua, comida, credo o color.
    Gracias, Hugo

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  3. Muy bien relatado este futuro-pasado inquietante, ójala aprendiésemos.

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  4. Qué relato más doloroso y bien escrito Luísa.
    A ver si puedo pasarme con calma y ver por donde va esa novela. Espero tener tiempo al menos de leeros.
    Besicos muchos.

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  5. El relato es magnífico. La relación con la trama, algo cogida con pinzas. En mi despreciable opinión claro.

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    1. Como autor del relato (aunque algo escondido tras otro nickname) me gustaría, si a ti te apetece, que me expusieras los motivos por los que lo ves cogido con pinzas. Para rebatirlos (si puedo) o darte la razón (si no puedo) jejeje

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  6. ¿No crees que el ejército intervendría y haría de las suyas? Yo lo veo, y lo veo mucho. Incluso algunos justificarían que con su presencia se está siendo justos, pasando por encima de otras cosas.
    Una opinión, por otro lado, es como todas: buena. Después que cada uno piense lo que le dé la gana.
    Gracias Miguel Ángel

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