31 de mayo de 2019

Radicales verdes

Tras un año de estar en el paro, la desesperación jugaba en su contra.
Había hecho todo tipo de concesiones y renuncias; por eso y aunque, sabía que el trabajo era temporal y no estaba a la altura de los estudios académicos que había realizado, por eso y porque tenía que pagar algunas facturas, aceptó ser repartidor de pizzas.
“Un asco y una pena”, murmuró guardando una pizza con extra de carne en la parte de atrás de la moto.
Fue su primer y último pedido. Nunca supo ni entendió qué pasó. Tampoco supo nunca que, tras la investigación de su asesinato, el grupo de vegetarianos que lo había asesinado a sangre fría lo nombró santo y mártir en cuanto fueron informados por el inspector que también él sólo comía lechugas.

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