Se
lanzó al vacío con una sonrisa en la boca y la intención de que, al menos esta
vez, el salto mortal fuese absolutamente perfecto.
Lo
inició con un despegue frontal, amplio, lleno de confianza, absolutamente
hermoso; después se encogió con rapidez sobre su estómago y ejecutó lo que para
un profano sólo podía ser una serie de giros rápidos e imposibles; para, apenas
un instante más tarde, volver a extender el cuerpo poniendo la cabeza por
delante.
Cuando
sus huesos impactaron en la acera, algunas personas que estaban cerca no
pudieron evitar ponerse a gritar o llevarse las manos a la boca en un gesto
instintivo.
Afortunadamente
para todos, no había ninguna posibilidad de que hubiera un segundo saldo. Por
un lado, él no tendría que asumir la baja puntuación que le solían dedicar los
jueces u oír la crítica implacable de su entrenador; y por otro, los peatones
sólo tendrían que soportar la marca de un muerto en la acera, quizás algo
discreta, pero para todos más que suficiente.
(microrrelato incluido en “Menguantes”, libro que puedes descargarte en este enlace)
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