Mientras me
vestía, después de haber sido incapaz de evitar una vez más aquella locura, el
conocido y viejo poso de arrepentimiento volvía a martillearme la cabeza:
“nunca lo sabrá, no lo descubrirá, no perderé a mis hijos”, como un mantra con
el que pretendía no tener que enfrentarme al que ya era un problema.
Sin embargo, antes aún de alcanzar
la puerta, aquel miércoles, tras quizás demasiados miércoles como aquel, oí su
voz llegando a mí desde la cama, en un susurro culpable pero lleno de la
decisión que a mí me faltaba: “no creo que pueda seguir ocultárselo, es mi
hermano, se lo diré yo”.
Lo que cuentan los silencios...
ResponderEliminarLos problemas afloran siempre, siempre.
ResponderEliminarBesos.
Todo acaba saliendo.
ResponderEliminarUn abrazo, Luisa
Gracias!!! Qué visitas más majas tengo.
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