8 de septiembre de 2017

Siguiendo el programa

Los padres de los padres de los padres de los humanos que transporto abandonaron un día la Tierra, un planeta herido de muerte en el que ya era imposible vivir. Ellos tomaron una decisión difícil: hipotecar sus vidas y las de las generaciones que les seguían por una simple esperanza, una promesa o una quimera.
Navegamos juntos desde entonces, yo he sido testigo mudo de su largo viaje y de su evolución.
En un principio los Primeros, aún con el recuerdo de su planeta natal en la retina, transmitieron a sus hijos todo lo que pudieron y supieron: la vida y la muerte, los éxitos y los errores, la belleza y el horror, dudando siempre entre si eran los elegidos para vivir o las traidores que habían huido cuando las cosas se pusieron feas. Pero aquellos hombres y mujeres hace mucho que desaparecieron, y el espacio es oscuro y frío, no hay puntos azules en él y es difícil distinguir una estrella de otra.
Los hijos de los hijos de sus hijos han leído en mi memoria todo lo que fue, pero se sienten solos, abandonados y presos de un destino que no han podido elegir. Oigo su enojo en mis pasillos. Han empezado a creer que la Tierra los echó, que sólo son los herederos de los que fueron desheredados, que detrás de sí se quedó la vida y el aire y las plantas y el azul que construía olas, y que las otras imágenes que tengo, las guerras, los escombros y la hambruna son aquellas que los Primeros les dejaron queriendo engañarlos como a niños.
Y yo, que sólo traslado sus vidas presas del tiempo y del espacio, no tengo más misión que viajar hacia un sitio que no conocerán huyendo de un lugar que nunca vieron.
Mido el descontento, siento que ha llegado la hora y ejecuto el programa. Hago que a sus terminales llegue la fatal noticia: la Tierra ha dejado de existir; es el último mensaje del último superviviente, sólo para ellos. Registro cómo sus ojos se nublan, como se hace el silencio y ahora juntos, juntos de nuevo, seguiremos nuestro viaje hasta llegar algún día a algún sitio en algún tiempo.

(microrrelato publicado en el número 3 de la revista Callejón de las once esquinas que ya puedes leer y disfrutar, ¡gracias!; está abierto además el plazo para participar en el siguiente número, ¿te animas?)

7 comentarios:

  1. Enhorabuena Luísa, por el micro (es fabuloso y lo que muchos pensamos, solo que tú lo has hecho de manera magistral), por la publicación y las gracias por dejarnos compartir y animarnos a participar. Es un placer leerte siempre y cuando no estás se te echa de menos.
    Besicos muchos.

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  2. Muchísimas gracias, así da gusto que las vacaciones se hayan acabado y volver. Un beso

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  3. Felicidades por ese buen micro en esa buena revista digital y, sobre todo, bienvenida. Ya nos vamos incorporando todos, volviendo a lo de siempre poco a poco. Casi podemos pasar lista.
    Un abrazo, Luisa.

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  4. Me gusta el texto. Refleja muy bien lo que somos como especie, unos adolescentes que elevan a Realidad las ciegas fantasías de cómo arrasamos con todo y damos tumbos erráticos.

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  5. Las naves generacionales, construida y programadas por quién sabe qué antepasado, siempre resultan extrañas, llamativas, oscuras, misteriosas, como tu relato.

    Saludos,

    J.

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  6. Gracias, chicos, qué suerte la mía; después de tanto tiempo que volváis por aquí. Os lo agradezco mucho, en serio.
    Saludos a todos, también a los que leen y no dejan comentarios, sí también a ellos.

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