Llegó a casa cuando no la esperaba y
me encontró en el baño cortándome las venas.
Me miró y dijo:
-Intenta no salpicar mucho, cariño,
la sangre se quita fatal.
Y sólo por eso, dejé de cortarme las
venas en ese instante aunque ella no me lo agradeció, porque no lo ha hecho
nunca y porque ahora sé que nunca le importé lo bastante.
De modo que, con el cuchillo en las
manos, la seguí al dormitorio y, antes de que se diese cuenta, la había dejado
descansando en la cama después de arrancarla algunos gemidos como hacía años
que no escuchaba; para poco después, de nuevo en el servicio y en su memoria,
tener el cuidado de que ninguna gota de sangre cayese fuera de la bañera.
Así, cuando la señora de la limpieza
llegue mañana y nos descubra, solo se enfadará con mi mujer y hasta quizás
entienda esta sonrisa tonta que se me está dibujando los labios.
A esta situación se la podría calificar de incomunicación llevada al extremo.
ResponderEliminarSurrealismo y humor negro de calidad.
Un abrazo, Luisa
Gracias, Ángel, había que alegrar el lunes o intentarlo.
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