Su mamá estaba en el cielo, eso le
había dicho mil veces papá mientras la acariciaba el pelo con una de sus manos fuertes
y grandotas y él no mentía nunca, como cuando susurraba “otro día más y mejor”,
al tiempo que guiñaba un ojo y la sonreía con la más pícara de las sonrisas.
Ella lo había pensado bien o,
quizás, puede que no hubiera tenido que pensarlo mucho para estar completamente
segura de lo que quería.
Así, un día, aspiró todo el aire que
pudo, hinchó los pulmones, se tapó la nariz y la boca y esperó a que su cuerpo
se elevase como los globos de feria, para perderse en el cielo; pero pronto pudo comprobar que el aire se le
escapaba por las heridas, por esas que le hacía su padre cuando la visitaba por
las noches y recorría su delicada piel con esas manos grandotas.
Qué relato más crudo Luisa, pero a la vez que bien escrito por tu parte. Qué bien nos llevas al horror final. Cómo siempre, un placer leerte.
ResponderEliminarBesicos muchos.