1 de diciembre de 2014

Pesadillas

El reloj comenzó a sonar insistentemente a eso de las seis y media de la mañana. Como un autómata se levantó. Una ducha rápida, un afeitado para salir del paso, un peinado sin gracia y un café. Todas las mañanas desde hacía años repetía los mismos pasos mientras la radio difundía un soniquete de noticias muy parecido al del día anterior.
Media hora después salía del portal, con la noche aún en las calles, en dirección a la parada del autobús y a un despacho infame y sin ventanas. Dos montones de folios sobre la mesa, dos columnas de expedientes tramitados y por tramitar, que entraban y salían de aquel cuarto empujados por un bedel que no le saludaba y que con los años había adquirido, como el despacho, como los folios, como él mismo, un triste y enfermizo color gris.
Después se enfrascaba en su trabajo, intentaba no pensar en nada, hasta que llegaba la hora de comer ese rancho soso tras el que volvía al despacho, en el que se quedaba hasta que el reloj de pulsera empezaba a sonar para sacarle del sopor e indicarle que debía de volver a casa.
Lo paró, pero el reloj siguió sonando.
“Ha sido una pesadilla”, se dijo mientras lo apagaba, para después, como un autómata, levantarse, una ducha rápida, un afeitado para salir del paso, un peinado sin gracia.

4 comentarios:

  1. Hay vidas que son una pesadilla repetida.

    Buen relato con un final en bucle bien conseguido.

    Par de abrazos.

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  2. Jajaja, una pesadilla eterna es lo que nos presentas aquí Luisa. Después de tanto tiempo había olvidado lo refrescante que es pasarse por tu blog.

    Un abrazo.

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  3. Hay vidas que son una pesadilla, sólo porque los que las viven dejan que se repitan una y otra vez.
    Yashira, desapareciste........... pero ya estas de buelta, qué bien.

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