El otoño pasado los
libros que tengo en casa perdieron en un par de semanas todas sus hojas. Pensé
que no habían recibido los cuidados adecuados, que no recibieron la necesaria
cantidad de luz, o que sus historias por falta de aire fresco habían acabado
por pudrirse.
Durante las largas noches de los meses de invierno, he
convivido con sus cadáveres, negándome a
reciclarlos como algunos me aconsejaban. Hoy, el tiempo ha venido a darme la
razón: limpiando el polvo he creído ver algo así como unas pequeñas yemas, unos
bultitos oscuros de los que parecían querer salir algunas letras. Ahora, sólo
esperar la salida de las nuevas palabras y pensar en las historias que a buen
seguro pueden crecer con mis cuidados, me llena emoción; pero a la vez temo por
ellas, es posible que acabe por afectarles la helada que dejaste detrás de ti,
cuando te marchaste de casa.
¡Qué bonita historia Luísa! Me ha encantado esa similitud de los libros con las plantas vivas, y es que ellos están vivos, muy vivo.
ResponderEliminarMe encanta esa imaginación tuya. Besos.
Es precioso el relato Luísa. Felicidades.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Un relato con una gran carga poética.
ResponderEliminarMuy bonito, Luisa. Aunque fíjate, a mí me parece tan potente la imagen de las hojas cayendo y las letras brotando que la aparición final de la ruptura amorosa me saca un poco de la historia.
ResponderEliminarBuena apreciación. Viene a ser un final un poco manido, ¿no? Busqué algo que cerrase el micro, con un mínimo de coherencia, y el tiro no salió.
ResponderEliminarGracias