13 de abril de 2015

Margarita se llama mi amor

A cada vuelta del tambor de la lavadora cambiaba de idea: seguía viviendo con ella, se iba, seguía viviendo con ella, se iba. Cuando llegó el centrifugado, la alternancia de los pensamientos y las dudas le amenazaba con un dolor de cabeza; pero afortunadamente, tras emitir un suspiro, el aparato paró. Fue entonces cuando vio que la colada de ropa blanca estaba de color rosa. Poco después descubría que el causante era un minúsculo tanga rojo y, aún con él en la mano, casi sin darse cuenta, se le pintó una sonrisa, esa que aún le dura.

4 comentarios:

  1. Uhm qué pícara esa sonrisa. Preciosa aportación Luísa.

    Abrazos.

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  2. Parece que los tangas triunfan. Me gusta el relato, no tanto la prenda esa.

    Un abrazo grandote.

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  3. Gracias, guapetonas.
    Yashira, no diría yo preciosa aportación, esa es la verdad, pero divertida quizás si.
    En cuanto a lo que comenta Lola, podía haber puesto un calcetín para fastidiar toda la colada pero me daba más juego ese tanga despistado. En cualquier caso, lo que sí triunfan son las sonrisas.
    Besotes a las dos.

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  4. El morbo del tanga. Me encantó :)
    Saludos

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