Aquella mañana amaneció con un
silencio, un silencio distinto que costó empezar a escuchar. Quizás demasiado
sutil en un principio, hubo que esperar a que creciese, a que las levedades se
sumasen y se convirtiesen en marea, del mismo modo que los granos de arena,
juntándose durante vidas y siglos, un día conquistan el nombre de playa y
reciben las visitas de los niños. Sí, justo así, leve, delicado y pequeño, pero
en todas las partes y a la vez, amenazando con llenarlo todo.
Ocurrió ayer.
Los hombres, anulados los sentidos,
con la cabeza gacha, queriendo no ver y no oír la vida que les había tocado
vivir, queriendo incluso olvidar que estaban vivos, tardaron en levantar la cabeza, en ver y
sentir ese silencio hermoso, en comprender cuán lejos estaban de todo aquello,
cuánto habían perdido y, también, cuánto necesitaban y querían volver a estar
ahí.
Una variopinta marea de lápices y
bolígrafos, de estilográficas y pinceles, de tubos y receptáculos con pinturas
de todo tipo, recorría las calles de la gran ciudad. Seguidos de papeles,
láminas y cuadernos, soportes de todo tipo con los que ser pancartas y en los que leer consignas. Y
detrás, una nube de cables, de impresoras y
teclados. Todos marchando en silencio, frente a esos hombres que al fin
habían levantado la cabeza y observaban y empezaban a recordar y a entender.
Los objetos reclamaban la libertad
de expresión, en el más amplio sentido de la palabra; pedían que las manos que
los utilizasen no tuvieran ni pólvora ni sangre ni miedo; y algunos hombres
supieron que tras aquella marcha silenciosa estaba quizás su última
oportunidad.
(microrrelato
publicado en la antología “Ilustraciones historiadas” de “Cuenta que te cuenta hasta 150”, acompañando
y escrito para la ilustración nº 2; podéis ver el resto de premiados aquí)
Precioso Luisa y ojalá que premonitorio.
ResponderEliminarAbrazos.
Un texto lleno de optimismo y energía positiva, que bien nos hace falta. Colorido y poético.
ResponderEliminarFelicidades, Luisa!