El ama de casa abrió el cajón de la
ropa blanca y empezó a rebuscar en el fondo, donde estaban las sábanas que
hacía años que no usaba, aquéllas que había decidido convertir en trapos.
No
muy lejos, sin perder detalle, desde su escondite entre los muros de la casa,
los fantasmas veían con estupor cómo la mujer, la que tanto y tan bien habían
asustado, los estaba dejando desnudos, reduciéndolos a la insignificancia.
Impotentes, se miraban intentando asumir que el miedo que la habían inoculado
era el estímulo que la estaba obligando a trajinar todo el día, buscando desesperadamente cansarse,
realizando tareas tan absurdas o tan peligrosas como lo que ahora estaban
mirando.
Esa
misma noche, mientras la mujer dormía, los fantasmas iniciaron su particular
diáspora, salieron en busca de esa tintorería con la que siempre habían soñado,
huyendo a prisa y en silencio de las poco favorecedoras sábanas ajustables.
¡Pobres fantasmas, obligados a emigrar a la búsqueda de tintorerías!
ResponderEliminarUn abrazo de fantasmilla.
Jajaja muy bueno Luisa, lo de la tintorería es genial. Los fantasmas en su cotidianeidad. abrazos
ResponderEliminarUn relato con buen humor, pero también con una lectura profunda: es posible librarse de los fantasmas y salir adelante. Muy buena propuesta, Luisa.
ResponderEliminarMuy ingenioso, y arranca una sonrisa.
ResponderEliminarMuy divertido, Luisa. Los fantasmas viendo sus ropas convertirse en trapos son una estupenda imagen. Si tiras de la cuerda te puede salir un estupendo relato para niños.
ResponderEliminarQué amables. Estaréis fundidos como yo por el calor pero... ahí estáis, tan majos como siempre.
ResponderEliminarGracias
Qué micro más ligero y con brisa. Muy divertido!
ResponderEliminarBesos, Luisa
Muy agradable y visual, una se imagina el ruido de la tela al rasgarse y la cara de estupor de los pobres fantasmas.
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