Enseguida supe que no quería salir
indemne de aquel encuentro.
Desde el primer instante decidí que,
aunque acabase hiriéndome o llegase a amarme, quería que dejase una huella
imperecedera en mí. Estaba decidido. Si la vida iba a tocarme, si iba a vivir,
la elegía a ella, quería que fuesen suyas algunas de las cicatrices que iban a
surcar mi alma.
Había aparecido en mi vida y no la
iba a dejar pasar; al contrario, estaba ansioso por sentir la alegría y las
lágrimas, por zambullirme en ellas. Sí, lo quería todo, sin lugar a dudas; y lo
primero que tenía que conseguir es que no pasase de largo junto a mí: extendí
mi pierna, más allá del trapo con el que recojo las monedas que me tiran, y le
puse la zancadilla, dispuesto a recitarle unos versos en cuanto levantase la
cara.
Espléndido realismo presentado con intención de fantasia.
ResponderEliminarLuego éstas cosas pasan.
Me gusta mucho. Lo llevas con mucha poesía hasta ese giro prosaico y enlaza muy bien con los versos que quiere recitarle el protagonista y narrador de tu historia.
ResponderEliminarTodos tenemos derecho a querer... A desear... Gracias
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