1 de octubre de 2015

Licenciado

Enseguida supe que no quería salir indemne de aquel encuentro.
Desde el primer instante decidí que, aunque acabase hiriéndome o llegase a amarme, quería que dejase una huella imperecedera en mí. Estaba decidido. Si la vida iba a tocarme, si iba a vivir, la elegía a ella, quería que fuesen suyas algunas de las cicatrices que iban a surcar mi alma.
Había aparecido en mi vida y no la iba a dejar pasar; al contrario, estaba ansioso por sentir la alegría y las lágrimas, por zambullirme en ellas. Sí, lo quería todo, sin lugar a dudas; y lo primero que tenía que conseguir es que no pasase de largo junto a mí: extendí mi pierna, más allá del trapo con el que recojo las monedas que me tiran, y le puse la zancadilla, dispuesto a recitarle unos versos en cuanto levantase la cara.

3 comentarios:

  1. Espléndido realismo presentado con intención de fantasia.
    Luego éstas cosas pasan.

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  2. Me gusta mucho. Lo llevas con mucha poesía hasta ese giro prosaico y enlaza muy bien con los versos que quiere recitarle el protagonista y narrador de tu historia.

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  3. Todos tenemos derecho a querer... A desear... Gracias

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