Treinta y cinco segundos antes de las
doce de la noche del día treinta y uno de todos los años la bola en lo alto del
reloj bajaba; después, al compás de doce campanadas comían doce uvas, tras las
cuales se besaban y se deseaban feliz año. Ahora se puede comprobar cuán
hipócrita e inútil era esa costumbre, ahora que ya no hay ni humanos, ni
relojes, ni uvas, ni nada.
El problema de esta lección de historia es que ya no queda nadie para aprender ella. Por lo demás, un relato inquietante que pone a las claras la diferencia entre buenos deseos y acciones.
ResponderEliminarUn saludo
Esperemos que tu texto no sea profético y que redescubramos los valores de respeto por los demás. Y que nos queden uvas...
ResponderEliminarUn saludo
Ángel, por eso es importante aprender la lección antes, para convertir los buenos deseos en acciones. Mei, que nos queden las uvas, porque si no quedan... seguro que nos quedará algo más.
ResponderEliminarGracias por la visita y los comentarios. Gracias por la visita a todos los demás, les haya gustado o no.
Buenos días!!!