Oigo la llave en la puerta de la casa y sé, sólo por
el sonido de sus pasos y porque es viernes, que viene achispado y contento. Yo
le espero al final del pasillo, le sonrío y digo alto y fuerte: “¿te apetecen
unos huevos fritos con patatas?, tardo un momento”. Después, me cuenta cómo ha
ido la partida con los amigos y me repite con lágrimas en los ojos los chistes
con los que animan las cañas, los mismos de siempre. Yo me río con él mientras
vigilo que no le falte de nada; obligo a que la risa me estalle en los ojos y
retraso como buenamente puedo las lágrimas. Es viernes y sé que, como los
chistes y las cañas, como las risas y los huevos fritos, volverá a pegarme
hasta que le venza el sueño para repetirme, mañana por la mañana, con el
aliento lleno de alcohol, que será la última vez, que no sabe qué le ha pasado
y que me quiere.
Luisa hoy me dejas con el vello como escarpias. Buenísimo, pero eso no es de extrañar.
ResponderEliminarBesicos muchos
Hay costumbres, que parece que sólo pueden desaparecer con la muerte, hay que acabar con esto.
ResponderEliminarSaludos.
Un bucle terrible, con una víctima que lo es aunque no quiera reconocerlo, una historia que solo puede ir a peor si no se para, la resignación la alimenta.
ResponderEliminarDicen que somos animales de costumbres, pero no está escrito en ningún sitio que algunas, abominables, no puedan cambiarse.
Un abrazo, Luisa