Cuando
llegaba la cosecha, el pueblo se llenaba de trovadores, charlatanes y músicos.
Un año llegó un extraño buhonero, abrió un bolsillo y puso ante nosotros algo
que llamó arcoíris. Recuerdo haberle seguido, seguro de que era él quien
pintaba aquellos colores con algún truco.
Después crecí y, como quizás haya sospechado ya, acabé
por convertirme en un hombre incrédulo y aburrido.
Es lo que tiene el crecer, nos hace previsibles y descontentos.
ResponderEliminarPara un niño todo es posible, lo mayores nos volvemos calculadores y dejamos de creer en la magia.
ResponderEliminarBesicos muchos.
La peor clase de hombre, sin dudas.
ResponderEliminarLa que le quitan lo poco de maravillo que le queda a la vida, al mundo y al universo.
Saludos,
J.